FERNÁNDEZ CHIMENO, JOSÉ
En la primera parte del poemario, dedicado a la sugerente escultura de Amancio González, el sueño de Don Quijote, el autor se siente inspirado por el poeta José Hierro; quien, como Cervantes, no sobrevivió a la enfermedad y la muerte, sumido en las brumas de la memoria y en la tristeza de saber que la nave del destino conduce inexorablemente a todo hombre cuando le llega su hora- hacia un punto sin retorno. Este homo scientíficus, enfrentado a los muchos conflictos que ponen en entredicho su propia existencia, apenas si tiene tiempo para reflexionar sobre otro destino aún mayor, y no menos acuciante: el de toda la Humanidad.
Para él su mundo lo es todo y todo lo demás se asemeja a la nada.
Apesadumbrado ante esta acuciante perspectiva, el poeta madrileño parece admitir que: Ahora sé que la nada lo era todo, / y todo era ceniza de la nada. De esas cenizas aventadas por el viento resurgirá la memoria del hombre para emprender un largo y trepidante viaje al centro del Universo; de lo contrario, sobre la naturaleza de las cosas (De rerum natura), ante el final de los tiempos, la Muerte tendrá señorío.
¡Tan solo seremos un vago recuerdo, un sueño... acaso amor!
La escultora astorgana Castorina ha sabido, como pocos, modelar con sus manos la escultura de esferas maternales (así las define el gran poeta leonés Antonio Gamoneda, Premio Reina Sofía y Premio Cervantes 2006). Las pasiones desencadenadas y los desengaños más hirientes, los sueños idílicos y los desamores más dolorosos, se dan cita y confunden en cada uno de los trazos que, a golpe de maza y cincel, labra con mesura y devoción. Todos ellos se vierten en estos versos como el afluente lo hace en el río caudal.