FERNÁNDEZ ZOTES, OCTAVIO
Cuentan que, cuando Ingres estaba al final de su tiempo, pidió que le acercaran una reproducción de un cuadro de Giotto y un atril donde investigar sobre él. ¡Cómo es que está trabajando! ¡Tiene que descansar!, le dijo un amigo que fue a visitarle. Y le contestó con un hilillo de voz: Estoy aprendiendo.
Pararse no, pararse es dimitir / y que el tiempo te arrumbe y te recoja, nos confiesa Octavio Fernández Zotes, y sólo esa idea ya me ha convencido para proponerle un paseo por su poesía. Como escenario la playa de Laga, con su mar escrito en sus olas rebeldes que le hacen un sitio a Octavio en su pancarta, por su palabra limpia y directa.
No se puede perder entre tinieblas / todo lo que se ha dicho, empieza transmitiéndome. ¿Se pierden las olas en sus sílabas de espuma, o queda su recuerdo? Ya desde el principio admito que esta conversación se va a desarrollar en voz baja, para que no nos tiren desde la altura del peñón de Ogoño. La otra opción es que nos disequen con destino a un museo, según la teoría de Amado Nervo: Disecarán al último poeta y lo pondrán, cual momia, en un museo. Ninguna de las dos nos entusiasma, así que tomaremos nota.
Y ya hablemos en serio. La poesía de Octavio es sincera y se abriga con imágenes llenas de belleza. Haz del silencio música, le dice a su nieto a punto de nacer. Un abuelo, con su perfil de cobre ... ásperas manos de cálido contacto que protegen el brote.... Quien no pueda entenderlo que coma palomitas. Lo digo ante notario. Cuando el cuerpo chirría en sus andamios las luces de la tarde pueden ser las más bellas.
Mientras hablo en voz baja, como hemos pactado, una ola acaba de sobrepasarse en sus dominios y ha inundado los míos. Tiene derecho a hacerlo, el mar no tiene límites. Perdonen el silencio profanado. El lenguaje es un paisaje que tiene sus límites, sus puntos cardinales rebasables.... Rebasables, Octavio, como el mar que estoy viendo, que transgrede sus móviles estancias, su móvil territorio en una sinfonía acelerada. Las palabras, es cierto, también pueden rebasarse. Lo decía José Ángel Valente: Te respondo que todavía no sabemos hasta cuándo o hasta dónde puede llegar una palabra.
¿Cómo eludir la dicha que reside en el dolor de un verso? ...Una vida entera para encontrar el sitio donde incrustar ese fonema exacto. He ahí el reto. Caminar por la senda del poema aunque nunca lleguemos a encontrarlo.
A mi izquierda, la isla de Ízaro. Es mi ínsula. Allí dejé retazos de mi vida que no han tenido tiempo de morir. Hemos llegado tarde y Dios se ha ido. Nuestro destino es hurgar en lo imposible, morir hurgando, con la certeza de intentarlo al menos.
Si no surgiera el miedo y todo fuese agua.... El mar, la mar para flotar sobre algo. Octavio flota en su poesía, nadando entre imágenes sin ocultarse nunca, como en este mar de un día en que el sol no saluda, en una playa inédita, sin huellas, y con todo el ritual de su belleza derrochada sólo por nosotros.
Hubo un tiempo en que el tiempo / marchaba muy despacio / desenredando el rizo de las horas más largas. Y hablas con Jaime Gil de Biedma y apuntas su respuesta: Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde. Me gustaría añadir que el tiempo nos traiciona, porque sólo habla claro cuando somos conscientes de que empieza a escaparse.
Me he salido del mundo / y no sé por dónde se entra....
Hoy me crece la duda, incluso de mí mismo....
Hoy me siento encendido de cenizas....
Hemos llegado tarde y Dios se ha ido es un poemario que hay que leerlo hablando con él, conversando con sus imágenes y su pentagrama de palabras desde un lugar adecuado. He elegido el monólogo del mar, pero pueden servir la serenidad de las anchas tierras o cualquier lugar donde aislarse, para salir de ese mundo del que habla Octavio Fernández Zotes y poder tener tratos con su poesía. Les aconsejo que lo hagan.
Blanca Sarasua