CORDERO ALONSO, JUAN ANTONIO
Regreso en color a la Astorga eterna Aún se puede leer o entrever, si uno se detiene y se fija, la vieja inscripción: Muebles Victorino, cocina y estilo. La pintura blanca está prácticamente desaparecida, pero sus pálidos contornos aún son reconocibles sobre un fondo de color de terracota, en la pared lateral de un edificio de ocho plantas. Cuando el edificio y la sombra de la inscripción aparecían en el cristal del coche, estábamos ya en Astorga. El palacio Episcopal surgía a la izquierda, sobre la muralla, y la espadaña de la catedral se insinuaba detrás; pero son los Muebles Victorino, sobriamente secamente anunciados en la pared de un bloque de pisos de los años ochenta, los que primero nos daban la bienvenida en mi memoria cuando llegábamos en coche a Astorga, de niño, en verano o en Semana Santa, en vacaciones familiares. Astorga es, para mí, un lugar al que se llega, al fondo de una larguísima carretera que atraviesa España de punta a punta, y que recorríamos dos veces al año, o tres. No siempre llegaba en coche; a veces lo hacía en tren y entonces ese edificio, donde confluyen la avenida de Ponferrada y la carretera de Pandorado, surgía de madrugada, poco después de remontar la avenida de la Estación; y otras en autocar, un Alsa que maniobraba y resoplaba hasta encajarse refunfuñando en las dársenas de la estación que hay un par de manzanas más allá. La llegada en Alsa o en tren solía ser antes de amanecer, en plena noche, y la ciudad dormía: la inscripción del anuncio vigilante estaba allí, como siempre, pero la suya era entonces una presencia silenciosa e inadvertida, disimulada entre unas tinieblas fuera del alcance de las farolas encendidas. Astorga es un lugar al que se llega: nacido y crecido en Barcelona, nunca he residido en la ciudad maragata. Mi padre y homónimo, y autor de este libro sí es natural de la ciudad, y residió en ella hasta los veinte años: más que llegar, él vuelve. Pero yo siempre he llegado a Astorga desde otros sitios: desde Barcelona, desde Madrid, desde Valladolid, desde París. Los Muebles Victorino me dan la bienvenida desde que tengo uso de razón, y el resto de la ciudad me ofrece una imagen, o un conjunto de imágenes, que ha permanecido fija durante meses desde mi última visita para actualizarse de repente en ese momento.