GARCIA GOMEZ DE MERCADO, FRANCISCO
La gente siempre se pregunta si las novelas reflejan la vida del autor, o es todo imaginación desbordante. Fuera del género de las memorias, que de todos modos muchas veces han de tener su sal y pimienta para rellenar espacios aburridos u olvidados, las novelas se suponen ficción, y por tanto fruto de la imaginación.
Claro que es más fácil, y mejor, escribir sobre eventos que reflejen de alguna manera experiencias reales, propias o ajenas. Pero los hechos se exageran, se fantasea, los personajes reales se yuxtaponen? Por ejemplo, en un libro de una gran novelista, cuya amistad me honra, sale un personaje que es mitad yo y ¡mitad gogó de discoteca! Esa otra mitad está inspirada en otro personaje real, y desde luego no se corresponde conmigo. Pero en la novela es un personaje creíble y tiene su importancia (aunque menos de la que me hubiera gustado a mí).
Por tanto, quiero aclarar desde el principio que esta novela es mezcla de realidad y fantasía, o de experiencias ajenas. No se trata de unas memorias de un Abogado (quizá llegue a ello, aunque me faltan todavía unos años y seguramente serían aburridísimas sobre todo para los ajenos al mundo del Derecho). Yo, personalmente, no me siento identificado con ninguno de los personajes, ni nadie que yo conozca de forma directa está personificado en uno de ellos. ¿O lo digo para despistar o evitar demandas por derecho al honor?
En la obra se representan, dentro de la ficción, los primeros años del siglo, que nos condujeran a una crisis económica, política y moral, en aspectos que tienen que ver con la profesión de Abogado, ya sea en asuntos estrictamente legales o propios del funcionamiento de los negocios o de las organizaciones públicas. No quiero, desde luego, contribuir a ese pensamiento, que creo equivocado, de que todos los políticos son corruptos y todos los Abogados sinvergüenzas. Ni en los peores tiempos. Pero los hay. Haberlos «haylos». Y se trata de pasar un buen rato con ellos, porque es evidente que esos personajes son mucho más distraídos que el político honesto, el funcionario aplicado, el Abogado leal y el empresario que respeta las reglas del juego.
La obra aborda así esa parte de la realidad donde, precisamente, nos encontramos con el político deshonesto, el funcionario ímprobo (que es distinto de aquel que hace un trabajo ímprobo), el Abogado sinvergüenza y el empresario abusivo y fraudulento. No son pues precisamente rosas lo que encontramos en el jardín de las leyes, sino más bien el lado oscuro de la aplicación de las leyes, la política y la economía.
Sin embargo, siempre nos queda una esperanza, porque, al mismo tiempo que el egoísmo o la avaricia son males comunes, fáciles de criticar desde fuera pero en los que todos, o casi todos, podemos caer si nos vemos en la situación correspondiente, la noción de la Justicia está presente igualmente en todos, o casi todos, nosotros, y en ocasiones triunfa, y brota una rosa en el jardín de las leyes. O al menos queremos creer que eso ocurre o puede ocurrir.
La novela, como sucede en el mundo jurídico, presenta distintas perspectivas. En el ámbito legal, siempre hay al menos dos partes: demandante y demandado, querellante y querellado, comprador y vendedor; así como una tercera visión, la del Juez, que se supone imparcial. En el libro, según los distintos capítulos, nos podemos encontrar con tres narradores. A veces nos habla un joven Abogado, otras su exnovia, también jurista, y, finalmente, tenemos al Cliente. El Cliente es, sin duda, un personaje fundamental para el Abogado: sin Cliente no hay Abogados, y las posibilidades de elegir al Cliente son limitadas.