ANDRÉS TRAPIELLO
Al volve ra leer estos articulillos para ponerlos en libro, doce años después de que fueran escritos y publicados en el Magazine de La Vanguardia, la impresión es extraña. Me he preguntado: ¿y cómo me dejarían escribir con tanta libertad de asuntos tan intemporales? ¿Cómo no me urgirían a comprometerme con la actualidad y a tratar de los asuntos que «interesan a la gente»? La conclusión a la que he llegado es elemental. El Magazine
era uno de esos suplementos conocidos como colorines, pensados para ser leídos con tranquilidad en la mañana del domingo, frente a un café recién hecho y un cruasán, por gentes que llevan durante
la semana una vida dura, ajetreada y ruidosa, que necesitan las treguas domingueras para despertarse tarde, vagar por la casa sin hacer nada y prolongar sus desayunos hasta la hora del aperitivo.
El resultado era que la mayor parte de sus contenidos resultaban más o menos amables, y aun cuando trataran de asuntos graves, se abordaban siempre con propósitos civilizados. Estoy tratando de decir que no le interesaban a nadie, y que normalmente el lector o lectora pasaba las páginas sin detenerse en ninguna, como el que se abanica con un paipai mientras mira distraídamente, a la sombra de un cocotero, la cadencia de las olas en una playa paradisiaca. Por eso mi gratitud hacia mis patrones catalanes ha sido y es enorme; gracias a ellos y al salario que me dieron, yo he podido dedicarme a otros negocios, llamando de esta forma catalanista a los que raramente lo son en la vida de un escritor.
Pero bastó ese desinterés general, del patrón y de los suscriptores (La Vanguardia, como el Barça, es mes que un club), para que yo me tomara mi trabajo muy en serio: siempre supe que estos articulitos, de tener lectores algún día, sería muchos años después. Ha llegado ese momento. Y tampoco muchos lectores. Me basta con uno. Me basta contigo.
¿Qué te vas a encontrar aquí? Con una mirada, sobre todo. Una mirada curiosa. Me ha gustado siempre el modo con el que Pla lo formulaba: humor honesto y vago. Claro que también le han divertido a uno la barbarie ilustrada de Baroja y las ensoñaciones mágicas con que Cunqueiro levantaba en un minuto cualquier asunto, por liviano que fuese. Al final somos una copia, más o menos fiel, de aquellos a los que hemos querido parecernos.
Y si mis maestros son esos, los de ellos fueron otros.
A mí en estos artículos de periódico me habría gustado parecerme algo a estos escritores y a algunos pocos más, como Azorín, Ortega y Unamuno. No me parece un desdoro confesarlo, porque en arte no valoro gran cosa la originalidad. La originalidad en arte es siempre anterior, viene de la personalidad, y esa es la que hemos de cultivar sobre todo, más que en la literatura, en la vida.
No comprendo en absoluto a quienes quieren vivir literariamente y menos aún a los que quieren hacer una literatura literaria. Ahora, si vives de una manera natural, acortando distancias entre lo que piensas y lo que dices, todo viene rodado: lo que se sabe
sentir se sabe decir.
Y eso es lo que te deseo a ti, que este libro te venga rodado de principio a fin.
Si es así, luego hablaremos, que seguro que siendo tan pocos tú y yo, algún día nos encontraremos en alguna parte y podremos tener nuestra parrafada.